Desde Adán y Eva la humanidad ha creído que puede discernir entre el bien y el mal. En consecuencia, nosotros también estamos convencidos de que podemos vivir nuestra vida con nuestro mejor juicio y criterio, resolviendo los problemas a nuestra manera y dependiendo de nuestras capacidades sin tener en cuenta a Dios.
Muchos llamamos a Dios nuestro Señor, pero la verdad es que el trono de nuestro corazón ya está ocupado.
Aún con las mejores intenciones hemos conducido nuestras vidas hacia el dolor y la confusión. Ya es hora de hacer lo necesario para que Jesús gobierne la totalidad de nuestro ser. Debemos arrepentirnos y comenzar a dar pasos para confiar en el Padre, y dejar que Su sabiduría dirija nuestros pasos.