Crecimos y vivimos en una sociedad repleta de adicciones, que van desde la cafeína hasta la cocaína, desde el azúcar hasta la ira, pasando por las compras compulsivas, las mentiras, la búsqueda de la aprobación externa, el constante estado de ocupación y agotamiento, el peligro, la pornografía, el sexo ilícito, la religión y el narcisismo, entre otras. Todos hemos desarrollado una o varias adicciones, comprendiendo que el beneficio que nos brindan desaparece en un instante. Nos enfrentamos a la dura realidad de que estas adicciones no solo no alivian nuestro dolor, sino que lo intensifican aún más. Solo Dios tiene el poder de sanar nuestros corazones y de colmar los vacíos que experimentamos. Su amor incondicional nos perdona, nos purifica, nos restaura y nos eleva. ¡Recuerda siempre a tu alma que Hay esperanza! ¡Un fuerte abrazo!